Ilustración de Idalia Candelas De pequeña aprendí, observando a mi madre, que, a pesar de todas las miles de tareas que, como madre de tres criaturas, esposa y mujer trabajadora, ella tuviera que hacer, siempre había un hueco para el propio deseo, fuera cual fuera la forma en la que se manifestara.
A veces era, y sigue siendo, un helado después de comer. Otras veces, echarse la siesta después de fregar los platos de la comida preparada con menos o más ganas para toda la familia. Otras, el rato del paseo matituno en invierno y vespertino en verano. Y, como no podía ser de otra forma, otras veces el deseo se manifestaba en un silencio procedente de su habitación en una hora en la que mamá y papá ya deberían estar levantados. Pero esto no es todo... Los ratos de costura en el balcón; la hora de preparse los sábados después de la cena para salir a bailar; los minutos para pintarse las uñas en la mesa de la cocina y los minutos que el esmalte se tomaba en secarse; los paseos conmigo, mi hermana y hermano en los que ella salía para "airearse"; los cafés con sus primas; los viajes con sus amigas, esto solo por nombrar momentos evidentes a poco que se mire. A mi madre nadie le dijo que todas esas acciones eran fruto de su deseo. Tampoco necesitó ella nombrarlo así, pero lo que sí necesitó y aún necesita es decir su experiencia ante las afirmaciones que hablan de la “falta” de deseo en las mujeres. Pareciera que nunca basta y que siempre falta algo. Eso es lo que pareciera, aunque muchas sabemos que no es así. Somos muchas las mujeres que reconocemos nuestro deseo en cualquiera de sus diferentes manifestaciones. El deseo, en su fluctuar y cambio constante, abre puertas a que prácticamente cualquier parcela de la vida, o, mejor, la vida en toda su amplitud, pueda ser causa y origen de disfrute. Cuando las mujeres viven su vida desde ahí, se sitúan en un espacio de plenitud donde poco importa lo que de ellas digan, piensen o estipulen las reglas o normas sociales y culturales. A esto, muchas mujeres, lo llaman libertad femenina. Vivir desde el deseo poco tiene que ver con cómo vaya la vida, poco tiene que ver con las circunstancias externas. A mi madre no le afectaban las preocupaciones diarias, que no eran pocas, para disfrutar de su paseo vespertino. A mí, y a muchas otras, tampoco nos afecta que llueva o haga sol para prepararnos una deliciosa comida y disponernos a hacer el amor con nuestra pareja o con nosotras mismas. Es por eso que no es necesario esperar a que se den las circunstancias adecuadas, las que consideramos imprescindibles para vivir siguiendo el curso de nuestro deseo. Quizás lo sea para determinados deseos, pero no para aquellos que llenan el alma. ¿Le has puesto límites a tu deseo? Hasta hace poco tiempo yo pensaba que el deseo era exclusivo de una cierta parcela de la vida. Lo tenía recluido y acotado a las relaciones sexuales, limitado lo tenía, como mi propio deseo. También lo relacionaba con esas cosas que quiero conseguir, muchas por las cuales me desvivía, para las que antes necesitaba resolver otras tantas cuestiones. A comprender que el deseo, como pulsación de vida, va mucho más allá de todo eso, me ayudó observar a mi madre y a las otras tantas mujeres que, como ella, escuchan con claridad la voz de sus entrañas, el latido de su útero, y no se dejan engañar por voces que, presentando preciosas y maravillosas posibilidades de disfrutar, nunca llegan o, cuando llegan, no son suficiente. Reconocer la foma en la que el deseo se manifiesta en otras mujeres ayudó a configurar un mapa hacia el mío propio. Pues el deseo no solo cambia de forma de una mujer a otra, de una persona a otra, sino que cambia de forma en cada mujer, siguiendo la pulsación de la vida que rige el ciclo menstrual. Muchas son las vías y mapas para explorar, conocer y reconocer las distinas manifestaciones del deseo femenino, un deseo ampliamente manifestado como irreductuble y diverso. Una de ellas es tomar a otras mujeres cuyo reconcomiento de su deseo es claro y explorarnos desde la medida que su experiencia nos osfrece. Esto es lo que, de algún modo, hacíamos de pequeña con nuestra madre: aprender de ella todo, observar y reconocer cómo funcionan en nosotras. Esto es lo que hacemos, saca sin darnos cuenta, cuando escuchamos con atención e interés verdadero a otras mujeres. Pueden ser amigas o prácticamente desconocidas, como siempre sucede en los talleres que imparto. Otra, que no excluye la anterior, es seguir el mapa que nos ofrece nuestro cuerpo a través de sus cambios, cambios que pueden venir tanto por épocas de vida como por las distintas fases del ciclo menstrual. La primera vía, puedes explorarla en tu grupo de mujeres cercanas, poner este tema en común y compartir desde vuestra experiencia y sentir sobre el tema. Es lo que algunas mujeres llaman hacer "genealogía". La segunda vía también la puedes observar por tu cuenta junto a otras o venirte con nosotras para hacerlo en grupo. Si eres de las que prefiere ponerle cuerpo, movimiento, palabra, risas y llantos, mejor te vienes algunos de los talleres que ofrezco en torno a este tema. Sin duda, es una forma de descubrir que tu deseo es mucho mayor del que piensas, porque así es el deseo femenino: irreductible.
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