3/29/2020 3 Comments El encierro como siembraEste año la luna de la siembra ha llegado en pleno confinamiento. El coronavirus nos ha llevado a encerrarnos en nuestras casas, a dejar de hacer muchas de las cosas que hacíamos y a retirarnos del mundo que conocíamos. Para muchas, ese retirarse está siendo más meter el mundo dentro de casa -con teatros, reuniones, clases y conciertos incluidos- que la calma y la paz, incluso el aburrimiento, que pensábamos los primeros días. A muchas nos ha llevado a tener que adaptar nuestros trabajos para poder seguir con ellos y a tener que encajar estos nuevos horarios con todo lo nuevo que se ha abierto paso a través de internet y con todo lo demás. Todo lo demás que está resultando ser lo principal: cuidarnos y cuidar unas de otros, otras de unos. Esta situación de encierro, de “retiro” y “parón” de la sociedad, me llevó a pensar si esta ocasión no será una posibilidad para que cada una se siembre a sí misma. La siembra Entiendo la siembra como la acción que hace posible que surjan aspectos nuevos de ti, como algo que te lleva a abrirte para dejar que emerja algo nuevo hasta que adopte una forma concreta. Lo nuevo que surge no es que venga de la nada. Esto es algo que quiero matizar: lo nuevo aparece siempre en relación a otra cosa. Surge algo nuevo de una semilla que a su vez viene de un fruto anterior. Lo cual me lleva a pensar que lo nuevo de cada una surge de un efecto que tiene por dentro algo externo, como si fuera el eco que resuena por dentro algo que ocurre por fuera. Como si lo de dentro y lo de fuera, de alguna forma, fueran lo mismo sentido de formas distintas. Las semillas, como sucede en cualquier fruto, están dentro de nosotras. Es lo que me inspira de lo que hacen otras. También lo que me da rabia o envidia que suceda, lo que me gustaría vivir o lo que no quiero que pase. También lo es la tristeza que siento cuando ocurre algo concreto y la frustración de cuando ocurre otra. Como sucede para tener semillas reales, que es necesario que el fruto crezca, para que surja lo nuevo de cada una hay que atender a lo que hay, a lo que es. No surge nada nuevo de la nada. Aunque no podamos ver las relaciones que hay bajo eso, siempre las hay. Si no seguimos la pista de lo que nos está hablando esta siembra colectiva, nos estaremos perdiendo los frutos de los que recogeremos las semillas, semillas ahora desconocidas por nosotras, pero reconocidas por nuestro sentir. Lo que crece por dentro Esto, que tanto me recuerdo a mí misma estos días, lo he aprendido de las mujeres que, antes que yo, han conseguido encontrar sus semillas internas en situaciones de mucha dureza. Una de ellas, solo una, a la que he querido cogerle la mano estas semanas, es Etty Hillesum. Fue una joven judía que recogió multitud de semillas durante los dos últimos años de su vida, en plena segunda guerra mundial, hasta que murió en un campo de concentración. Todas las semillas que fue recogiendo dieron al final el mismo fruto: una plena confianza y entrega a lo que estaba viviendo. A pesar de todo, la vida para ella tenía sentido. Ella enseña en sus diarios, sobre todo en los escritos de sus últimos meses de vida, la importancia de cuidar las semillas encontradas, como estamos cuidando de nosotras y de las personas que están a nuestro alrededor en estos momentos. Puede que no sepas aún nombrarla, puede que no sepas ponerle nombre a lo que está moviéndose por dentro. Etty Hillesum cuenta en muchos textos la dificultad de nombrar lo que siente. Aún así sabe que es algo que quiere cuidar y nutrir para que siga creciendo. Lo hace en cualquier momento, bajo cualquier circunstancia pues sabe que si dejara de regarla, se secaría. Etty Hillesum encontró todo lo que su semilla necesitaba para florecer en medio del campo de concentración, siendo ella misma una semilla sembrada en el mundo. Ojalá nosotras también lo encontremos en este encierro. ¿Te ha gustado esta entrada? Únete a la Moonletter para recibir contenidos que solo comparto por e-mail. Cada lunes, día de la luna, la magia llegará a tu buzón de entrada para que te crezcan raíces por dentro y no vuelvas a perderte
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12/20/2017 0 Comments Rueda lunar: luna sabiaIntroducción Una tradición cada vez más extendida entre los círculos de mujeres es tomar como referencia para el camino a transitar en los encuentros la celebración del vínculo entre la tierra y la luna recogido en la rueda lunar. Muchas son las tradiciones que recogen este vínculo y lo hacen patente en el nombre con el que denominan a cada una de las 13 lunas del año. A veces, las lunas están dedicadas a elementos, otras, a animales o plantas y, en la mayoría de ocasiones, a los trásitos que son visibles en la tierra con la llegada de cada luna llena. Este mes de diciembre la luna nos guía a encontrar la luz en medio de la oscuridad, abriéndonos la puerta a encontrar aquello que necesitamos saber en nuestro interior. Ilustración: "El huevo del universo" de Hildegarde de Bingen en Scivias Luna llena de diciembre: luna sabia. A la luna de diciembre se la conoce tambien como luna fría o luna de la oscuridad, pues es, finalmente, la que reina en el cielo durante las nochas más largas del año. En el hemisferio norte, en esta época del año, las horas de oscuridad superan con creces a las de luz. La oscuridad, por lo tanto, tiene un papel protagonista en esta época. No todas las culturas y tradiciones relacionan la oscuridad con algo negativo. La tradición cristiana asocia la oscuridad al infierno, a lo malo, a lo que nadie desea e intenta evitar. Frente a esto, otras culturas y cosmovisiones entienden la oscuridad como un lugar de fertilidad absoluta donde toda creación puede darse. Esta idea no nos es muy lejana, pues sabemos que al principio todo era oscuridad. Fue en esa oscuridad primera, donde Dios comenzó a crear el mundo. Por muy obvio que sea, al menos una vez que ha sido dicho, todas las personas de este mundo venimos de un lugar oscuro. Oscuro, caliente, húmedo y acogedor. Este lugar es el útero de nuestra madre, el lugar en el que se da la maxima creación. La oscuridad es el origen de todo y, en el caso de las personas, la oscuridad dentro de un cuerpo de mujer. No es casualidad, como nada en la vida, que la oscuridad haya sido también asociada con lo femenino. El tao entiende que el “yin”, lo femenino, es oscuro frente al “yang”, lo masculino. En nuestra cultura, la religión del dios padre se impuso sobre la de la diosa madre, aquella que reconocía el origen materno de todos los seres. Y lo hizo relacionando esta con el mal, el caos, la oscuridad, la materia y el cuerpo, frente al resto de pares considerados positivos y aplicados a lo masculino. La oscuridad es fuente de creación, como lo es el útero en el que todas las personas hemos sido engendradas. A lo largo de la historia, hombres y mujeres hemos buscado reproducir ese momento primero de la salida de la oscuridad a la luz dándole significados de renacimiento, de volver a la vida después de haber pasado por un proceso de muerte y renovación. Lo hicimos primero entrando en las cuevas y después a través de numerosos y variados rituales. En la oscuridad, hay poco lugar para la lógica y el orden, poco lugar para el razonamiento. Antes que todas estas herramientas de conocimiento, lo que se mueve en la oscuridad es la intuición y la corazonada, la sensación y la certeza de una voz que nos habla a través del cuerpo sin necesidad de corroboraciones ciéntíficas, morales, económicas o políticas. Es una voz que se escapa de las instituciones creadas con el fin de controlar lo que se puede o no hacer, lo que se debe o no hacer, lo que se sabe o no hacer. Esa voz que habla desde el lugar más profundo de la oscuridad es la voz de la sabiduría. Los cuentos populares lo cuentan: en el bosque, en lo más oscuro del bosque, hay una casa habitada por una vieja que siempre sabe la respuesta a los dilemas que ningún otro experto ha conseguido solventar. Ella, sin estudios, probablemente sin saber leer ni escribir, es la que conoce la respuesta. No puede ser de otra forma pues quien vive y convive con la oscuridad de la noche es dueña de la luz del amanecer. Si a esta luna se le llama de la “oscuridad” así como luna “sabia”, es porque entre ambas palabras existe relación ya que la oscuridad custodia la sabiduría del cuerpo y la luz que surge de ella. Escuchar al cuerpo y a sus mensajes, manifestados en diversas formas, y tomarlos como referencia para actuar y relacionarnos en el mundo, es una práctica que se encuentra más desarrollada a lo largo de la historia por mujeres que hombres. Por algo, los textos fundacionales del patriarcado se encargan de romber el vínculo con el cuerpo y de tacharlo, como ha sido dicho, de negativo. Es el cuerpo el que da una clave de comprensión que, sin pasar por el intelecto, necesita ser reconocido por él, escuchada, para poder ser motor de actuación en coherencia con lo sentido. Es esta luna de oscuridad, silencio y noches largas, un momento en el que la naturaleza y sus ciclos nos invitan a profundizar en la mirada interna hacia esas perlas de sabiduría que todas (las personas) guardamos dentro. Cuerpo, silencio, oscuridad... si le sumamos calor resulta que tenemos una descripción bastante similar al lugar de origen de cualquier persona de este mundo: el útero materno, el lugar de la creación primera. A ese lugar nos lleva de regreso esta época del año, ofreciéndonos la posibilidad de adentrarnos en nuestro universo creativo, de dejar que los deseos, las ensoñaciones, las fantasías y las creaciones de todo tipo nos visiten. La llegada y el aumento de la luz de las siguiente semanas después del solsticio nos llenarán de claridad para poder trazar el camino que las lleve a la materialización. Hasta que llegue ese momento, feliz descanso y regreso a la fuente de creación donde está toda la información esperándonos. 11/28/2017 0 Comments Rueda lunar: luna blancaIntroducción Una tradición cada vez más extendida entre los círculos de mujeres es tomar como referencia para el camino a transitar en los encuentros la celebración del vínculo entre la tierra y la luna recogido en la rueda lunar. Muchas son las tradiciones que recogen este vínculo y lo hacen patente en el nombre con el que denominan a cada una de las 13 lunas del año. A veces, las lunas están dedicadas a elementos, otras, a animales o plantas y, en la mayoría de ocasiones, a los trásitos que son visibles en la tierra con la llegada de cada luna llena. Este mes de noviembre, como no podía ser de otra forma, la luna llena hace que dirijamos la mirada hacia nuestro propio interior. Luna llena de noviembre: luna blanca Una cosa que siempre me ha llamado la atención de esta luna es la paradoja que se presenta en su nombre: luna blanca. Los pueblos que la observan y la han nombrado también la llaman luna de las nieves, por ser el mes en el que generalmente caen los primeros copos. Noviembre se caracteriza por ser un mes en el que las horas de ocuridad ganan terreno a las horas de luz, horas de oscuridad que seguirán aumentando hasta la llegada del solsticio de invierno. Aunque en número, las horas de oscuridad sean las mismas que tenemos en las semanas posteriores al solsticio, hay una diferencia importante: mientras que en noviembre la oscuridad crece, en diciembre y enero, es la luz la que aumenta. Esta pequeña variación hace que todo sea diferente. A lo largo del mes, las noches son cada vez más largas, el sol cada vez se pone antes y a la luna se la nombra como blanca. Dicen, los pueblos que así la bautizaron, que le pusieron ese nombre porque al ser tan oscura la noche, la luna llena reluce mucho más y, al ocultarse antes el sol, su luz está visible más tiempo en el firmamento. Es por eso que parace más blanca, como ocurre con la nieve en las noches de luna llena. Desde que pasó el equinoccio, la naturaleza se está preparando para resguardarse. El aumento de las horas de oscuridad y, con ella, del frío, nos lleva a cuidar de nuestra energía, de nuestra actividad, pasando de actividades externas a otras más internas, pasando de estar más tiempo en el exterior a resguardarnos más. Es por eso que esta luna abre la puerta a la mirada interior. Siguiendo el ciclo de la tierra este es un momento que nos regala la oportunidad del descanso y, con él, de la mirada interna, de la recapitulación. Ahora que hay menos energía, menos horas de luz, menos vida activa, es el momento de mirar hacia dentro y descansar, dejando que se vayan abriendo paso en nuestro interior las actividades, los propósitos o deseos a los que daremos formas en el próximo ciclo. En este cambio de mirada hacia nuestro interior, algo que de primeras se puede ver sencillo, se presenta cierta dificultad, una dificultad que en mi experiencia se da en más mujeres que hombres. Es un tema de sobra hablado y debatido en muchas y variados ámbitos que las mujeres tenemos más dificultad en tomarnos un tiempo para nosotras que los hombres. Personalmente, llegué a darme cuenta de esto en mis años de facultad cuando veía la facilidad con la que mis compañeros hombres se encerraban a escribir o componer mientras que mis compañeras y yo, mujeres, situábamos ese espacio para nosotras en el último lugar de la lista de las cosas que hacer. No es que hubiera menos deseo, ni menos talento, ni le diéramos menos importancia. Es que el tiempo para nosotras y aquello que nos nutría internamente llegaba una vez que todas las otras necesidades y tareas estaban realizadas. Una dulce trampa en la que, al caer, difícilmente se encuentra salida. Dejándome llevar por el ejemplo de mis compañeros, los que se retiraban a escribir, hilando un pensamiento tras otro, aterrizo en en cuarto propio que Virginia Woolf declaró necesario para que las mujeres escribieran y crearan. Esa habitación propia hoy la entiendo, además del espacio literal, como el espacio interno al que las mujeres podamos retirarnos a estar con nosotras mismas, donde podamos dejar en la puerta la larguísima lista de tareas por hacer. Aunque a mí y a mis compañeras nos costara buscar un espacio para dedicárnoslo a nosotras, aunque no supiéramos hacerlo, en parte porque tampoco lo habíamos aprendido, y aunque no tuviéramos en esa época muchos referentes de mujeres que lo hicieran, a lo largo de la historia han sido muchas las que dedicaron su vida a esa mirada interna, encontrando ahí el motor y el sentido de su vida. Muchas son. La mayoría, anóminas. Otras tantas, con nombres y apellidos. De todas las que lo han hecho, quiero traer ahora un grupo de mujeres que a lo largo de la edad media se expandieron por Europa con una única misión: la mirada interior. Son conocidas como las mujeres de libre espíritu. Ellas encontraron, en lo más profundo de su ser, el mayor tesoro buscado: la divinidad. Más mujeres que hombres han reconocido la divinidad en su interior. Frente a la exteriorización de lo divino característica del patriarcado y del pensamiento dual, que coloca a los dioses de forma externa y en lugares bien alejados de los mortales, la mirada interior de estas mujeres (como beguinas, beatas, muradas) nos lleva al encuentro directo con Dios, con lo divino, con lo más sagrado. Tan lejos pusieron a Dios que para comunicarnos con él era necesario hacerlo a través de un mediador, un hombre preparado para ello, y en latín, una lengua desconocida para la gran mayoría de la población. Frente a esto, las mujeres de libre espíritu establecieron un contacto directo con lo divino, tan directo, que fueron las primeras en usar la lengua vernácula para hablar con él. Sin intermediarios y en su propia lengua, no podía haber otra forma de hablar con el interior de cada ser. Nuestras abuelas, aquellas que sí miraron al interior de ellas, nos han dejado muchos legados a las mujeres que hemos tenido que batallar para conseguir hacerlo. Uno de ellos que quiero subrayar, es la unión entre la mirada interna y espiritualidad. Cuando las leo, uno de los mensajes más claros que recibo es que la mirada interna abre el camino de la espiritualidad. Es en ese lugar profundo e íntimo en el que encontramos la vida y lo más sagrado latiendo en nosotras. Desde ellas hasta nosotras, muchas han sido y son las estrategias, fórmulas y caminos que hemos desarrollado las mujeres para poder guardarnos ese momento del exterior y mirar hacia dentro. Algunas son tan sutiles que lo hacen en un minuto, entre plato y plato, llamada y llamada o justo al apagar el despertador. Otras llevan su habitación propia al encuentro con otras mujeres, a los círculos, pues, tal y como hacían nuestras abuelas, para algunas se presenta más fácil mirar dentro de sí misma estando con otras que también lo hacen. Estar con otras es de alguna forma encontrarnos con partes de una misma desconocidas, olvidadas o adormecidas. Mirar a la otra sabiendo que la que veo es parte de mí. Por eso los círculos son espacios tan importantes para muchas mujeres ya que les representan esa puerta a la mirada interior necesaria para poder seguir girando en la rueda del año y en la de la vida. 10/21/2017 0 Comments Rueda lunar: luna de sangreIntroducción Una tradición cada vez más extendida entre los círculos de mujeres es tomar como referencia para el camino a transitar en los encuentros la celebración del vínculo entre la tierra y la luna recogido en la rueda lunar. Muchas son las tradiciones que recogen este vínculo y lo hacen patente en el nombre con el que denominan a cada una de las 13 lunas del año. A veces, las lunas están dedicadas a elementos, otras, a animales o plantas y, en la mayoría de ocasiones, a los trásitos que son visibles en la tierra con la llegada de cada luna llena. Este mes de octubre, como no podía ser de otra forma, la luna llena hace que dirijamos la mirada hacia los vínculos de sangre. Luna llena de octubre: luna de sangre Octubre es un mes donde el aumento de las horas de oscuridad comienza a dejarse notar con más presencia. La oscuridad está relacionada con la muerte, fin y principio de la vida. Los días se van haciendo cada vez más cortos y la oscuridad se apodera de la mayor parte de las horas del día. Es un momento para dejar atrás, para despedirnos de lo que hemos estado viviendo, de la vida que se acaba con el aumento del frío y la oscuridad. En esta ocasión la luna nos abre la oportunidad de mirar atrás en el tiempo para recordar y agradecer los pasos, los regalos y los dones del pasado y sus gentes. La sangre es símbolo de la vida y de la muerte. Bañadas en sangre están las criaturas al nacer y, en muchas ocasiones, también la sangre nos acompaña al morir. Aparece en numerosos rituales usada como un pasaje, tal y como lo fue en el momento del nacimiento y tal y como lo es cada mes para las mujeres que menstrúan. Muerte y vida, las dos caras de la misma moneda. Inseparables. Y la sangre como vehículo que lleva de una a otra para que el traspaso sea más fluido y más cálido. Esta época del año es considerada mágica en varias culturas ancestrales. Es una época en la que el velo entre la vida y la muerte se levanta, se hace más fino o desaparece; era considerada una época de transición en la que el verano y el reino del día daban paso al invierno y al reino de la noche. Así era considerada en la Europa precristina donde se pensaba que a partir de Samaín (31 de octubre) “el año regresa al vientre oscuro de la Tierra, lugar del Otro Mundo, para recomenzar un ciclo completo”. (1) Explica Marianna García Legar que al debilitarse las barreras entre los mundos sucede que, en esta época, todos los miembros de la comunidad pueden unirse, los que están encarnados y los que no. De ahí que en esta época nos encontremos con varias festividades que tienen como protagonistas a aquellas personas de nuestro linaje que partieron, festividades en las que se les rememora y se trae de nuevo su presencia. Ellas, ancestras y ancestros, fueron los que caminaron antes, las que abrieron paso, los que hicieron parte del camino. Este aspecto es especialmente importante para las mujeres, pues es un mal común sentirnos solas y las “primeras” en hacer algo, sentir que vamos abriendo paso y camino, un aspecto de novedad que en muchas ocasiones es vivido como un peso, no como un orgullo. Las mujeres nos hemos movido a lo largo de la historia entre otras, hemos preferido construir conjuntamente y saber que formamos parte de hilo que no iniciamos, sino que viene de atrás y que se renueva en cada una de nosotras Este hilo forma parte de un continuum que a nosotras nos llega de nuestras ancestras, camino que, por obvio que parezca, es importante reconocer pues a nivel simbólico el patriarcado lo ha borrado al borrar a la madre como figura creadora. Al reconocimiento de las mujeres de nuestra sangre que estuvieron antes que nosotras y, en especial, a reconocer a la propia madre como mujer de la que cada una procede, como lugar de origen, Luce Irigaray lo llamó “hacer genealogía femenina”. La genealogía femenina consiste en restituir el vínculo con la madre cortado con la imposición del patriarcado. La genealogía femenina, partiendo de la madre, va más allá de ella y llega hasta los linajes culturales femeninos, hasta cualquier mujer de la que hayamos bebido, de la que, de alguna forma, hayamos nacido: cualquier mujer que haya sido origen en algún aspecto de la vida para nosotras. Es común que las mujeres nos encontremos huérfanas de linajes culturales femeninos, huérfanas de genealogias femeninas. Los motivos son de sobra conocidos. Y a la vez que esto orcurre, ocurre también que cada vez son más las mujeres con linajes y genealogías femeninas restituidas, mujeres que reconocen la fuente y el origen femenino de su vida, así como de sus creaciones. Reconocer el origen es, siempre, un acto de reconocimiento de nuestra madre. Pretender que creamos cosas de la nada, sin tener en cuenta la fuente de inspiración, es como querer aporpiarse de un acto creativo que va más allá de una, tal y como hizo Zeus al dar a luz a Atenea de su cabeza: obviar su origen materno, la diosa Metis. ¿Cuántas mujeres me han inspirado? ¿por cuántas mujeres me he dejado inspirar? Quizás hay una a la que no le echamos suficiente cuentas porque es la que más nos ha inspirado en nuestra vida: nuestra madre. La cantidad de horas que la hemos mirado y la calidad de esa mirada dificilmente será superada por ninguna otra inspiración. A través de ella, quizás sin ser reconocida, nos ha llegado también inspiración de nuestra abuela y nuestra bisabuela y nuestra tatarabuela y así hasta el infinito, pues una se ha inspirado en la otra como una cadena que en esto días venimos a recordar y a honrar. Hace pocos días, una abuela de un famoso valle de Granada me hizo partícipe de un secreto. Los hombres serán más fuertes, me dijo, podrán con mas peso, pero las mujeres, hilo a hilo, cosemos un mantel. Cogiendo el hilo de la que vino antes, reconociéndolo, honrándolo y agradeciéndolo, seguimos tejiendo el continuum. (1). Explicación y palabras de Marianna García Legar en La Rueda de Izpania. Ilustración de Eva Armisén
9/15/2017 0 Comments Rueda lunar: luna de la cosecha.Introducción Una tradición cada vez más extendida entre los círculos de mujeres es tomar como referencia para el camino a transitar en los encuentros la celebración del vínculo entre la tierra y la luna recogido en la rueda lunar. Muchas son las tradiciones que recogen este vínculo y lo hacen patente en el nombre con el que denominan a cada una de las 13 lunas del año. A veces, las lunas están dedicadas a elementos, otras, a animales o plantas y, en la mayoría de ocasiones, a los trásitos que son visibles en la tierra con la llegada de cada luna llena. Este mes de septiembre la luna nos recuerda que es el momento de recoger la cosecha de los alimentos con los que nos abasteceremos a lo largo de la estación fría, cuando la tierra es menos fértil. En las relaciones entre mujeres esto se manifiesta en hacer acopio entre nosotras de aquello que necesitaremos para atravesar los meses de menos luz del año así como en deshacernos de aquello que no nos servirá en los próximos meses. Luna de septiembre: luna de la cosecha Llegado este momento del año, la luna llena de septiembre, nos encontramos en la tierra muchos frutos esperando ser recogidos. Algunos fueron plantados en los meses anteriores, otros fueron plantados años atrás y aún siguen dando, regularmente, frutos. Es el momento de ponerse manos a la cosecha pues si dejamos pasar los días, los frutos se echarán a perder o serán comidos por otras criaturas. De conversaciones durante meses atrás se me ha creado la sensación de que pareciera que la mayor parte del trabajo se realizara en la primera parte del año, cuando seleccionamos las semillas, preparamos la tierra y las sembramos. En verano, vamos recogiendo los frutos según van surgiendo y, a medida que recogemos, vamos disfrutando de ellos. Ahora es el momento de volver a ponerse manos a la obra (a la cosecha, en este caso), pues de lo que recojamos ahora dependerá, en gran medida, el abastecimiento de los próximos meses en los que las horas de luz van disminuyendo, las temperaturas también van bajando y la tierra entra en su momento de regeneración con su consiguiente descanso. Así como le sucede a la tierra, de alguna forma, le sucede a nuestra psique, a nuestra alma. Junto a la recolección se realiza la selección, pues no todo lo que se puede recoger está en un estado adecuado para ser guardado para los meses venideros. Por ese motivo es momento, a la vez que recolectamos, de revisar los frutos y elegir, seleccionar y desechar aquellos que no sirven a nuestro propósito o disponerlos a ser usados para otros fines. Y al igual que hacemos con los frutos que nos ofrece la tierra, podemos hacer con lo frutos internos. Cuando no sé cómo comenzar un escrito o tengo dudas, estoy desarrollando la costumbre de ir a buscar la palabra al diccionario, concretamente su etimología. Esto es una forma de comenzar por el principio de lo que quiero escribir: el origen de la palabra. En la búsqueda de “cosecha” he descubrierto un par de aspectos en lo que me gustaría detenerme. Uno de ellos es el prefijo “co-”, que significa junto a. El otro es que la raíz latina de la que proviene “-secha” es de “lecta, legere” que, entre otros significados tiene los de leer y elegir. Parece que el origen del verbo latino es la raíz indoeuropea “leg-” cuyo significado es acumular. He elegido este breve viaje al origen de la palabra para exponer un aspecto de máxima importancia en la cosecha, un aspecto intríseco a ella: se hace en comunidad. Es a través del grupo ( recordemos “junto a + elegir, acumular”) la forma en la que podemos llegar a abastecernos para el tiempo del frío. Antes que el frigorífico, aparecieron muchos y variados métodos de conservación de los alimentos para poder ir haciendo uso de ellos sin que llegaran a estroperarse. Y todos se realizaban en grupo, especialmente en grupos de mujeres. Que las mujeres han sido a lo largo de la historia las mayores trabajadoras del campo, las mayores agricultoras, hoy poca gente lo niega. Al igual que ocurre a la hora de afirmar que la agricultrua fue un descubrimiento hecho por mujeres. El mismo James Frazer hace referencia a este hecho en La rama dorada al cuestionarse la elección griega de una figura femenina, Deméter, como deidad de la agricultura. La relación de la mujer con la nutrición y el uso de ciertas herramientas para recolectar raíces parecen ser el origen de los primeros cultivos. Y aquí está el aspecto interesante para esta luna de la cosecha pues, antes de ser agriculturas, ya éramos las recolectoras, es decir, las que llevábamos a cabo las “colectas”, las cosechas de lo que la tierra nos iba ofreciendo. Esto era en una época en la que la recolección de alimentos era la base de la alimentación, sobre todo cuando los hombres se pasaban largas temporadas sin cazar o sin conseguir presas grandes. Con o sin intención puesta, la tierra siempre ha estado ofreciéndonos frutos y ha sido trabajo femenino su reconocimiento y recogida. Primero, aquello que nos encontrábamos seguramente guiadas por la observación de los animales y por el reconocimiento de la sabiduría instintiva en nosotras. Después, aquello que nosotras mismas plantábamos con un fin específico. Y siempre, entre mujeres. Llevando la práctica de la colecta y la recolecta (me fascina que dentro incluya también el sentido de “leer junto a alguien” pues lo entiendo como la capacidad de poder leer la naturaleza, poder leer lo que está en el momento de ser usado y en el momento de ser retirado) al entre mujeres, la reconozco, más que en ninguna otra luna, en los propios encuentros de mujeres como lugar al que nos dirigimos precisamente a eso, a recolectar, a cosechar, a recoger aquello que, quizás hemos sembrado y esperamos recoger o que, quizás nos encontramos sin saber que era justamente lo que necesitábamos. Juntas, reunidas por el deseo de estarlo, se genera el espacio para desechar aquello que ya no sirve a la comunidad o darle otro fin destinándolo a otra cosa. Un espacio en el que poner en común lo que cada una trae, los frutos que cada una ha ido recogiendo en su propia vida, aquellos que tiene para ofrecer a las demás, así como un espacio del que recoger aquello que cada una necesita para continuar su camino en estos meses en los que la oscuridad va creciendo: el entre mujeres como un lugar de recolecta interna. Deseo buena cosecha para todas, y para todos, para poder no solo pasar el invierno, sino poder aprovechar todos sus dones. Introducción Una tradición cada vez más extendida entre los círculos de mujeres es tomar como referencia para el camino a transitar en los encuentros la celebración del vínculo entre la tierra y la luna recogido en la rueda lunar. Muchas son las tradiciones que recogen este vínculo y lo hacen patente en el nombre con el que denominan a cada una de las 13 lunas del año. A veces, las lunas están dedicadas a elementos, otras, a animales o plantas y, en la mayoría de ocasiones, a los trásitos que son visibles en la tierra con la llegada de cada luna llena. Este mes de julio la luna llena nos invita a dirigir la mirada hacia el milagro de la vida materializada en cada regalo que la naturaleza nos brinda y bendecirla. Luna llena de julio: luna de las bendiciones En este tránsito lunar del mes de julio sobre la tierra, nos encontramos con que las semillas sembradas en primavera están dando los primeros frutos. La naturaleza comienza a mostrar su cara más exhuberante: variedad de frutos, de colores, tamaños, formas, sabores, olores y texturas. A poco que hayamos cuidado de nuestra semilla, la tierra nos ofrece algo a cambio. Quizás algo ha sucedido por el camino y de las semillas plantadas no recogemos nada por el motivo que sea (se ha ahogado de tanta agua, se ha secado, la ha destrozado un temporal...). Esto, aunque parezca no recoger nada, también es algo a recoger. Puede que se dé el caso, como le sucedió a los dueños de una antigua casa, de que plantaron lo que ellos pensaban que era un manzano y aparecieron peras. Sea lo que sea que obtengamos de nuestra semilla, es el momento de acogerlo y bendecirlo. Bendecir: decir bien Bendecir significa “decir bien”, una manera de decir que nos remite directamente al poder creador del Verbo que muchas y diferentes tradiciones le reconocen a las palabras. Aquello “bien dicho” nombra el mundo y crea simbólico, crea una forma de ver y entender el mundo. Además, el hecho de bendecir implica “traer a Dios”, incorporar un sentido divino a aquello que ha sido objeto de la bendición. Espero que el breve recorrido por la profundidad del significado de esta palabra sea suficiente para llegar a entrever el lugar al que quiero apuntar. Estamos ante una palabra que hace referencia a estos dos hechos: decir bien y traer lo divino a lo nombrado. Estas dos vertientes abren en mí una realidad preciosa y profunda en la que, cuando nombramos bien, lo divino hace acto de presencia. Una realidad en la que al usar las palabras adecuadamente, lo divino se abre camino a través de ellas. Decía Chiaza Zamboni que el lenguaje tiene la capacidad de tejer alma y mundo. Algo así es lo que siento que ocurre cuando bendecimos. Y las mujeres, de tejer, sabemos bastante. La relación de las mujeres con la divinidad Solo me remitiré de pasada a las teorías, cada vez más numerosas, que explican que las primeras en desarrollar contacto con lo divino fueron las mujeres. De ahí que algunos antropólogos atribuyan el origen de las religiones a prácticas femeninas. Más allá de esta relación, en la historia registrada se encuentra el hábito, más desarrollado por mujeres que por hombres, de reconocer lo divino en lo cotidiano. Esto es lo que llamó Chiara Zamboni, basándose en la experiencia de Teresa de Ávila y Simone Weil, el “materialismo del alma”. En Europa, las místicas de la Edad Media mantuvieron y manifestaron la vivencia de la presencia de lo divino en la materia así como el reconocimiento de la materia como un vehículo de transmisión de lo divino. Bendecir abre la relación entre lo que se nombra y lo divino. Esta idea de la divinidad materializada, de la divinidad hecha materia, me interesa especialmente pues rompe con una de las parejas dicotómicas del pensamiento que ha sido fundamentación del orden social patriarcal. El pensamiento griego, donde se ordena y configura este orden simbólico, fue el punto de partida de la separación de alma y materia. Esta división, que es considerada pre-lógica por el propio sistema, fue la fundamentación de la jerarquía que sirvió de justificación de la inferioridad de la mujer, identificada con la materia, frente a la superioridad del hombre, el poseedor del conocimiento y experiencia del alma. Para el pensamiento griego (y el posterior basado en él hasta nuestros días) la experiencia del alma y, con ello, de lo divino, es totalmente inaccesible a la naturaleza femenina. La materia, entendida como lo mundano, lo corporal y lo natural, era ámbito femenino y las mujeres, por su conexión con la naturaleza y los ciclos de la vida, no eran consideradas capaces de poder entrar en contacto con el alma ni el conocimiento divino. En la Edad Media las místicas europeas, impulsadas por ese contacto y experiencia de lo divino en la materia, manifiestan esta unión abiertamente. La tradición no se queda ahí pues ellas pusieron voz a una experiencia más femenina que masculina de unión, de comunión entre lo divino y la materia, saltándose la separación y, con ella, la mediación necesaria para acceder a lo divino (siempre a través de hombres que ejercían el papel del mediadores entre lo divino y el mundo material). Esta experiencia femenina de lo divina fue duramente castigada en un proceso que culminó con la caza de brujas. Desde entonces, el acto de bendecir y declarar la divinidad en cualquier cosa quedó reservado exclusivamente a los elegidos por la Iglesia. En la mano de cada una Con esta luna de las bendiciones quiero abrir una puerta a revisar los propios conceptos sobre lo divino y el lugar que habita en nuestra vida, si ocupa en nuestra vida una parcela separada de lo material o podemos hacer de cada acto de vida un acto divino e, incluso, ir más allá y reconocer la divinidad en cada ser y en nosotras mismas. No hablo de ideas, no hablo de comprender o de reconocer esto en el pensamiento, hablo de la realidad de sentir la materia como vehículo para la manifestación de lo divino e ir reconociéndolo a cada paso dado, en cada creación propia o ajena. Esto sería bendecir. Tener el hábito de bendecir aquello creado por nosotras, por otras y por otros, y los frutos que la madre tierra nos ofrece este primer mes de verano gracias a la unión previa de los principios creadores masculino y femenino. Bendecir es traer la divinidad a aquello bendecido, traer la divinidad al plano material, unificar dos polos que han sido duramente separados. Visto así, el mundo podría estar lleno de cosas divinas, solo depende de cada una. Imagen de Montse Martín
6/7/2017 0 Comments Rueda lunar: luna de mielIntroducción Una tradición cada vez más extendida entre los círculos de mujeres es tomar como referencia para el camino a transitar en los encuentros la celebración del vínculo entre la tierra y la luna recogido en la rueda lunar.Muchas son las tradiciones que recogen este vínculo y lo hacen patente en el nombre con el que denominan a cada una de las 13 lunas del año. A veces, las lunas están dedicadas a elementos, otras, a animales o plantas y, en la mayoría de ocasiones, a los trásitos que son visibles en la tierra con la llegada de cada luna llena. Este mes de junio la luna nos invita a dirigir la mirada hacia las consecuciones realizadas en nuestra vida, hacia las creaciones propias y hacia la propia creación de la vida. Luna llena de junio: luna de miel Cuando me pongo a pensar en por qué se le llama a la luna llena de junio la luna de miel (o del sol fuerte siendo a la vez que similar, difererente) me vienen a la cabeza las relaciones, en concreto las relaciones matrimoniales. El motivo es más que evidente ya que hoy en día este sintagma -luna de miel- es asociado a la época de retiro que pasa la pareja tras el matrimonio generalmente realizando un viaje que les aparte de los quehaceres cotidianos y de sus conocidos para estar en soledad y sin nada que hacer salvo estar juntos. Tirando del hilo de la historia y del tiempo se descubre que en un tiempo antiguo este retiro estaba destinado a la procreación. El matrinomio, más allá de ser una herramienta de control de la fertilidad femenina y la única manera que encontró la sociedad patriarcal de que los hombres pudieran asegurar su prole, siempre más allá de esto, es un símbolo de la unión con lo otro diferente. No se trata de complementarios, no se trata de completarnos, sino de unirnos a lo diferente: abrir la puerta a lo diferente necesario para que se de la creación. Toda creación contiene y a la vez es resultado de la interacción de las dos energías cósmicas que, en otra época en nuestro espacio, fueron llamadas los dos infinitos: el femenino y el masculino. En la sociedad patriarcal el lugar simbólico de creador fue tomado por el padre y representado simbólicamente a través de los dioses monoteistas masculinos creadores de todo lo que existe. De hecho esta es la característica fundamental del patriarcado: los hombres son los creadores raptando, como dice Suzanne Blaise, el papel de la madre creadora y dadora de vida. En Grecia, incluso, donde aún permanecían visibles las figuras femeninas en el panteón, ya no son diosas creadoras, son diosas de aspectos creados y derivados de Zeus. Ni siquiera Deméter, la diosa que de la agricultura, crea. Tampoco lo hace Atenea, la diosa de la artesanía. Es la tierra la que da frutos según la actuación de Deméter. Son los artesanos los que crean a través de la bendición y los favores de la diosa Atena. Esto es un aspecto fundamental. En el patriarcado parece que todo, todo, es creado por el principio masculino representado en el hombre. Y digo parece, porque lo parece, pero no es así. Las mujeres no solo creamos, sino que estamos creando todo el tiempo y lo llevamos haciendo toda la vida desde el principio de los tiempos. Hasta hace muy poco tiempo solo unas cuantas creaciones de mujeres han sido reconocidas por la historia, esa que se estudia en los colegios y universidades. Estas han conseguir llegar hasta nuestros días bien porque han entrado en lo que se conoce como el canon, bien porque eran tan grandes (en cualquiera de sus sentidos) que ha sido muy difícil ocultarlas. A pesar de esto, el hecho de que hayamos visto o hayamos conocido pocas creaciones de mujeres no implica que no existan. Están, y están por todas partes. Están en ti y en mi pues la primera creación de las mujeres es el cuerpo que habitamos. El mundo está lleno de creaciones de mujeres. Son más de 7 millones de creaciones andando y recordándonos todo el tiempo el poder creador del cuerpo femenino, un poder que es usado por muchas mujeres para crear otras cosas además o en lugar de crear vidas humanas. El mundo está lleno, y siempre lo ha estado, de mujeres que crean su propia vida, que crean proyectos, recetas, vestidos, libros, danzas, ecuaciones, medicamentos, máquinas y cualquier otra cosa que pueda ser creada. Esta potencia creadora siempre ha acompañado a todas las mujeres a lo lardo del tiempo: a las que vinieron al mundo con la cuestión material y económica resuelta y a las que tuvieron que hacer mucho uso de creatividad para resolverla. No llego a imaginarme las creaciones que tuvo que hacer mi bisabuela materna para dar de comer a 3 hijos, viuda, a principios del siglo XX en la zona rural de Málaga. No llego a imaginármelas pero sé que dieron resultado pues aquí estoy yo, escribiendo y pensado en ella y su poder creador. A las creaciones históricas de las mujeres el patriarcado no les ha dado ningún valor, de ahí las luchas de los movimientos feministas por darle revalorizar al trabajo doméstico femenino. El patriarcado le ha dado tan poco valor a la creación de las mujeres que no se lo da a la propia vida humana pues si por otra cosa se caracteriza es por ser una sociedad dominadora que honra a los que ofrecen su vida por él. Que el patriarcado no haya reconocido nuestra potencia creadora no significa que las mujeres no hayamos creado y que no podamos hacerlo. Sus leyes no han podido impedir que las mujeres creemos y que lo hayamos hecho siempre: lo llevamos haciendo desde el principio de los tiempos y más allá incluso al entregar nuestro cuerpo al misterio de lo diferente, de lo desconocido, y elegir albergar lo que de esa unión surge. Esta luna con tal dulce nombre quiero presentarla como una oportunidad para para ampliar aún más la mirada y recorrer con ella las creaciones de mujeres en este museo que es la vida. Un tiempo para reconocer mis propias creaciones y las de otras, por pequeñas o grandes que sean. Reconocerlas y celebrarlas, pues tampoco es casualidad que en las celebraciones haya siempre algo dulce para saborear y disfrutar. Celebrar las decoraciones de las casas; las frases hilvanadas en este texto y de otros antiguos; las lentejas que mi madre que saben siempre igual de buenas aunque les ponga ingredientes diferentes; celebrar los logros conseguidos en cualquiera de los ámbitos de la vida; los cuerpos creados por las madres y disfrutar de y con ellos en honor a su apertura y disposición a que los dos principios creadores actúan dentro de ellas. La miel es símbolo de transformación, de sabiduría y de iniciación. Crear es un proceso transformativo de por sí a la vez que misterioso. No basta con la unión de los principios femenino y masculino para que se de la creación, tiene que haber un deseo o una elección por parte de la mujer que sostiene y da lugar dentro de sí a que la creación se desarrolle. Sin ese deseo o elección, la unión no da frutos. La sabiduría que representa la miel es aquella resultado de un la transforación que supone una iniciación. Entregarse al proceso creativo, sea cual sea, también lo es pues supone la apertura al misterio de lo diferente para dejar que una parte propia se transforme en otra cosa cobrando vida. Tan secillo parece cuando paseamos por las calles llenas de personas en las ciudades, y tan misterioso a la vez. En estos dias y noches de luna llena, me reservaré un néctar, como las deidaes del Olimpo, para celebrar endulzando las creaciones de las mujeres que recorren el mundo, las de las mujeres de mi linaje y aquellas que yo misma he creado. Fotografías de Maribel Montesinos
Una tradición cada vez más extendida entre los círculos de mujeres es tomar como referencia para el camino a transitar conjuntamente la celebración del vínculo entre la tierra y la luna recogido en la rueda lunar. Muchas son las tradiciones que recogen este vínculo y lo hacen patente en el nombre con el que denominan a cada una de las 13 lunas del año. A veces, las lunas están dedicadas a elementos, otras, a animales o plantas y, en la mayoría de ocasiones, a los trásitos que son visibles en la tierra con la llegada de cada luna llena. Este mes de mayo la luna llena nos recuerda el espectáculo y la fiesta de los jardines: la floración. Luna de las floresEl cambio más llamativo en la naturaleza cuando llega el mes de mayo es la apertura de las flores. Los jardines se vuelven llamativos tanto por los colores como por el olor que desprenden las flores regalándonos su máximo esplendor. Y de entre las flores, la considera reina de ellas: las rosas. Mayo es tradicionalmente un mes asociado a la fertilidad y la apertura de las flores lo demuestran. Es de sobra conocida la frase hecha “la primavera, la sangre altera”. El mayor número de horas de luz que supone la llegada de la primavera aumenta la secreción de hormonas y neuro transmisores que nos llevan a una apertura hacia lo diferente. Para muchas especies animales es su momento de apareamiento y muchas son las tradiciones humanas de diferentes culturas que han desarrollado rituales de fecundidad y fecundación en estas fechas. Cuando una flor se abre, además de mostrarse llamativa para atraer a los insectos e iniciar así su ritual de fecundación, pone accesible su parte más íntima, el lugar que custodia las semillas (los óvulos de la planta) para la reproducción. Cada flor abierta funciona a nivel simbólico como un recordatorio de que la reproducción y el mecanismo de generación de la vida está en el aire. ¿Cómo se aplica esto a las sociedades femeninas, trabajo entre mujeres, círculos, reuniones...? Es el momento idóneo para atender la propia floración, la floración de cada mujer y, como ocurre entre las flores, de cada mujer entre mujeres. Como sucede entre las propias flores, cada una florece de una forma diferente. Algunas se abren rápidamente inundando el espacio alrededor con su aroma. Otras necesitan días para abrirse y otras abren los pétalos exteriores manteniendo oculto su tesoro. Florecer es mostrar el propio esplendor al mundo. Mostrarnos, he aquí el quid de la cuestión. Me gusta plantear en los círculos cómo nos llevamos con algunas palabras o, más bien, con aquella parcela de la realidad que señalan las palabras. En este caso, esta es una de las palabras que en esta luna me abre la puerta a la exploración y al autoconocimiento entre otras: MOSTRAME, dejarme ver en mi máximo esplendor, abrirme, hacer visible mis semillas, mis proyectos, mis deseos y compartirlos. Y una bandada de preguntas llegan a mí con sus alas y todas sus plumas: ¿me muestro al mundo? ¿cómo lo hago? ¿hay naturalidad y disfrute en mi forma de mostrarme? Una flor no se plantea que se está mostrando, simplemente lo hace cuando llega el momento de hacerlo. ¿Qué me pasa cuando otras mujeres se muestran? ¿qué me pasa realmente? ¿afecta a mi forma de mostrarme? Son más preguntas pájaros que llegan esperando su respuesta. Hace poco una mujer en uno de los círculos comentó que venía alejándose de otros espacios femeninos donde no había lugar sincero a explorar lo que sucede entre mujeres al completo, con las luces y las sombras que trae toda relación y, sobre todo, la relación con aquellas con el mismo sexo que nuestra madre. De esto, de las luces y las sombras necesarias de tener en cuenta para poder hacer un trabajo real de autoconocimiento y desarrollo entre mujeres, hablan de una forma preciosa las mujeres de la comunidad filosófica Diótima en el libro titulado La mágica fuerza de lo negativo. A este libro remito a las interesadas para profundizar en este tema que, si bien no quería dejar pasar por alto, no es este el lugar para abordarlo. Unida intrínsecamente a la palabra mostrar, tanto como dos hermanas gemelas, está el verbo MANIFESTAR. Tanto es así esta unión que en el DRAE aparece esta como la primera acepción del verbo “mostrar”: manifestar, poner a la vista algo, o enseñarlo o señalarlo para que se vea. Desde que descubrí lo que esta palabra trae a mi vida como mujer, la tengo muy presente. Además de ser mayo un muy buen mes para manifestarse (¿no es acaso lo que hacen las niñas y ños niños en sus primeras comuniones y, pasados los años, en las bodas propias de este mes?) traigo esta palabra, primero, por la larga tradición de manifestaciones femeninas a lo largo de la historia, manifestaciones que se caracterizan por ser en pro de la vida. Mujeres manifestándose para paralizar guerras, para reclamar a sus familiares desaparecidos, para controlar las subidas del precio de los alimentos y, más recientemente, para la llegada del final de la violencia machista hacia las mujeres. Me gusta pensar en todas estas mujeres como flores, grandes ramos de flores que juntas consiguen sacar lo mejor de sí y embriagar el mundo de vida. Y las traigo también pues son un ejemplo para mí de libertad, de libertad femenina, esa que nace de la relación entre mujeres semejantes y dispares a la vez que se apoyan y sostienen para que cada una consiga su propio deseo. Como las flores que al estar juntas, no importa tanto el aroma que desprenden de forma individual, pues el perfume conjunto atrae a todos los insectos necesarios para la polinización. Manifestar es, al igual que mostrarse, presentar nuestro mensaje al mundo, prensentar nuestras intenciones, nuestro camino a seguir y dejarlo claro. Una vez sacado al mundo nuestro deseo y puesto en relación con los factores que en él se encuentran (insectos, polen, aire, tierra...) los frutos no tardarán en llegar. Las flores abiertas de estos días me animan a sacar mi deseo al mundo, manifestarlo, mostrarlo y ponerlo disponible para que su fecundación y la alquimia se dé. Si ves que te falta ánimo para decirte al mundo, te dejo aquí un hilo del que puedes empezar a tirar. . A cada una de las mujeres que se manifiestan en su propia vida, les dedico esta luna llena de las flores. Que cada una de nuestras palabras y nuestros actos encaminados hacia el propio deseo sean lanzados al mundo como las flores lanzan al mundo su color, su aroma y su belleza. |