10/21/2017 0 Comments Rueda lunar: luna de sangreIntroducción Una tradición cada vez más extendida entre los círculos de mujeres es tomar como referencia para el camino a transitar en los encuentros la celebración del vínculo entre la tierra y la luna recogido en la rueda lunar. Muchas son las tradiciones que recogen este vínculo y lo hacen patente en el nombre con el que denominan a cada una de las 13 lunas del año. A veces, las lunas están dedicadas a elementos, otras, a animales o plantas y, en la mayoría de ocasiones, a los trásitos que son visibles en la tierra con la llegada de cada luna llena. Este mes de octubre, como no podía ser de otra forma, la luna llena hace que dirijamos la mirada hacia los vínculos de sangre. Luna llena de octubre: luna de sangre Octubre es un mes donde el aumento de las horas de oscuridad comienza a dejarse notar con más presencia. La oscuridad está relacionada con la muerte, fin y principio de la vida. Los días se van haciendo cada vez más cortos y la oscuridad se apodera de la mayor parte de las horas del día. Es un momento para dejar atrás, para despedirnos de lo que hemos estado viviendo, de la vida que se acaba con el aumento del frío y la oscuridad. En esta ocasión la luna nos abre la oportunidad de mirar atrás en el tiempo para recordar y agradecer los pasos, los regalos y los dones del pasado y sus gentes. La sangre es símbolo de la vida y de la muerte. Bañadas en sangre están las criaturas al nacer y, en muchas ocasiones, también la sangre nos acompaña al morir. Aparece en numerosos rituales usada como un pasaje, tal y como lo fue en el momento del nacimiento y tal y como lo es cada mes para las mujeres que menstrúan. Muerte y vida, las dos caras de la misma moneda. Inseparables. Y la sangre como vehículo que lleva de una a otra para que el traspaso sea más fluido y más cálido. Esta época del año es considerada mágica en varias culturas ancestrales. Es una época en la que el velo entre la vida y la muerte se levanta, se hace más fino o desaparece; era considerada una época de transición en la que el verano y el reino del día daban paso al invierno y al reino de la noche. Así era considerada en la Europa precristina donde se pensaba que a partir de Samaín (31 de octubre) “el año regresa al vientre oscuro de la Tierra, lugar del Otro Mundo, para recomenzar un ciclo completo”. (1) Explica Marianna García Legar que al debilitarse las barreras entre los mundos sucede que, en esta época, todos los miembros de la comunidad pueden unirse, los que están encarnados y los que no. De ahí que en esta época nos encontremos con varias festividades que tienen como protagonistas a aquellas personas de nuestro linaje que partieron, festividades en las que se les rememora y se trae de nuevo su presencia. Ellas, ancestras y ancestros, fueron los que caminaron antes, las que abrieron paso, los que hicieron parte del camino. Este aspecto es especialmente importante para las mujeres, pues es un mal común sentirnos solas y las “primeras” en hacer algo, sentir que vamos abriendo paso y camino, un aspecto de novedad que en muchas ocasiones es vivido como un peso, no como un orgullo. Las mujeres nos hemos movido a lo largo de la historia entre otras, hemos preferido construir conjuntamente y saber que formamos parte de hilo que no iniciamos, sino que viene de atrás y que se renueva en cada una de nosotras Este hilo forma parte de un continuum que a nosotras nos llega de nuestras ancestras, camino que, por obvio que parezca, es importante reconocer pues a nivel simbólico el patriarcado lo ha borrado al borrar a la madre como figura creadora. Al reconocimiento de las mujeres de nuestra sangre que estuvieron antes que nosotras y, en especial, a reconocer a la propia madre como mujer de la que cada una procede, como lugar de origen, Luce Irigaray lo llamó “hacer genealogía femenina”. La genealogía femenina consiste en restituir el vínculo con la madre cortado con la imposición del patriarcado. La genealogía femenina, partiendo de la madre, va más allá de ella y llega hasta los linajes culturales femeninos, hasta cualquier mujer de la que hayamos bebido, de la que, de alguna forma, hayamos nacido: cualquier mujer que haya sido origen en algún aspecto de la vida para nosotras. Es común que las mujeres nos encontremos huérfanas de linajes culturales femeninos, huérfanas de genealogias femeninas. Los motivos son de sobra conocidos. Y a la vez que esto orcurre, ocurre también que cada vez son más las mujeres con linajes y genealogías femeninas restituidas, mujeres que reconocen la fuente y el origen femenino de su vida, así como de sus creaciones. Reconocer el origen es, siempre, un acto de reconocimiento de nuestra madre. Pretender que creamos cosas de la nada, sin tener en cuenta la fuente de inspiración, es como querer aporpiarse de un acto creativo que va más allá de una, tal y como hizo Zeus al dar a luz a Atenea de su cabeza: obviar su origen materno, la diosa Metis. ¿Cuántas mujeres me han inspirado? ¿por cuántas mujeres me he dejado inspirar? Quizás hay una a la que no le echamos suficiente cuentas porque es la que más nos ha inspirado en nuestra vida: nuestra madre. La cantidad de horas que la hemos mirado y la calidad de esa mirada dificilmente será superada por ninguna otra inspiración. A través de ella, quizás sin ser reconocida, nos ha llegado también inspiración de nuestra abuela y nuestra bisabuela y nuestra tatarabuela y así hasta el infinito, pues una se ha inspirado en la otra como una cadena que en esto días venimos a recordar y a honrar. Hace pocos días, una abuela de un famoso valle de Granada me hizo partícipe de un secreto. Los hombres serán más fuertes, me dijo, podrán con mas peso, pero las mujeres, hilo a hilo, cosemos un mantel. Cogiendo el hilo de la que vino antes, reconociéndolo, honrándolo y agradeciéndolo, seguimos tejiendo el continuum. (1). Explicación y palabras de Marianna García Legar en La Rueda de Izpania. Ilustración de Eva Armisén
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