6/7/2017 0 Comments Rueda lunar: luna de mielIntroducción Una tradición cada vez más extendida entre los círculos de mujeres es tomar como referencia para el camino a transitar en los encuentros la celebración del vínculo entre la tierra y la luna recogido en la rueda lunar.Muchas son las tradiciones que recogen este vínculo y lo hacen patente en el nombre con el que denominan a cada una de las 13 lunas del año. A veces, las lunas están dedicadas a elementos, otras, a animales o plantas y, en la mayoría de ocasiones, a los trásitos que son visibles en la tierra con la llegada de cada luna llena. Este mes de junio la luna nos invita a dirigir la mirada hacia las consecuciones realizadas en nuestra vida, hacia las creaciones propias y hacia la propia creación de la vida. Luna llena de junio: luna de miel Cuando me pongo a pensar en por qué se le llama a la luna llena de junio la luna de miel (o del sol fuerte siendo a la vez que similar, difererente) me vienen a la cabeza las relaciones, en concreto las relaciones matrimoniales. El motivo es más que evidente ya que hoy en día este sintagma -luna de miel- es asociado a la época de retiro que pasa la pareja tras el matrimonio generalmente realizando un viaje que les aparte de los quehaceres cotidianos y de sus conocidos para estar en soledad y sin nada que hacer salvo estar juntos. Tirando del hilo de la historia y del tiempo se descubre que en un tiempo antiguo este retiro estaba destinado a la procreación. El matrinomio, más allá de ser una herramienta de control de la fertilidad femenina y la única manera que encontró la sociedad patriarcal de que los hombres pudieran asegurar su prole, siempre más allá de esto, es un símbolo de la unión con lo otro diferente. No se trata de complementarios, no se trata de completarnos, sino de unirnos a lo diferente: abrir la puerta a lo diferente necesario para que se de la creación. Toda creación contiene y a la vez es resultado de la interacción de las dos energías cósmicas que, en otra época en nuestro espacio, fueron llamadas los dos infinitos: el femenino y el masculino. En la sociedad patriarcal el lugar simbólico de creador fue tomado por el padre y representado simbólicamente a través de los dioses monoteistas masculinos creadores de todo lo que existe. De hecho esta es la característica fundamental del patriarcado: los hombres son los creadores raptando, como dice Suzanne Blaise, el papel de la madre creadora y dadora de vida. En Grecia, incluso, donde aún permanecían visibles las figuras femeninas en el panteón, ya no son diosas creadoras, son diosas de aspectos creados y derivados de Zeus. Ni siquiera Deméter, la diosa que de la agricultura, crea. Tampoco lo hace Atenea, la diosa de la artesanía. Es la tierra la que da frutos según la actuación de Deméter. Son los artesanos los que crean a través de la bendición y los favores de la diosa Atena. Esto es un aspecto fundamental. En el patriarcado parece que todo, todo, es creado por el principio masculino representado en el hombre. Y digo parece, porque lo parece, pero no es así. Las mujeres no solo creamos, sino que estamos creando todo el tiempo y lo llevamos haciendo toda la vida desde el principio de los tiempos. Hasta hace muy poco tiempo solo unas cuantas creaciones de mujeres han sido reconocidas por la historia, esa que se estudia en los colegios y universidades. Estas han conseguir llegar hasta nuestros días bien porque han entrado en lo que se conoce como el canon, bien porque eran tan grandes (en cualquiera de sus sentidos) que ha sido muy difícil ocultarlas. A pesar de esto, el hecho de que hayamos visto o hayamos conocido pocas creaciones de mujeres no implica que no existan. Están, y están por todas partes. Están en ti y en mi pues la primera creación de las mujeres es el cuerpo que habitamos. El mundo está lleno de creaciones de mujeres. Son más de 7 millones de creaciones andando y recordándonos todo el tiempo el poder creador del cuerpo femenino, un poder que es usado por muchas mujeres para crear otras cosas además o en lugar de crear vidas humanas. El mundo está lleno, y siempre lo ha estado, de mujeres que crean su propia vida, que crean proyectos, recetas, vestidos, libros, danzas, ecuaciones, medicamentos, máquinas y cualquier otra cosa que pueda ser creada. Esta potencia creadora siempre ha acompañado a todas las mujeres a lo lardo del tiempo: a las que vinieron al mundo con la cuestión material y económica resuelta y a las que tuvieron que hacer mucho uso de creatividad para resolverla. No llego a imaginarme las creaciones que tuvo que hacer mi bisabuela materna para dar de comer a 3 hijos, viuda, a principios del siglo XX en la zona rural de Málaga. No llego a imaginármelas pero sé que dieron resultado pues aquí estoy yo, escribiendo y pensado en ella y su poder creador. A las creaciones históricas de las mujeres el patriarcado no les ha dado ningún valor, de ahí las luchas de los movimientos feministas por darle revalorizar al trabajo doméstico femenino. El patriarcado le ha dado tan poco valor a la creación de las mujeres que no se lo da a la propia vida humana pues si por otra cosa se caracteriza es por ser una sociedad dominadora que honra a los que ofrecen su vida por él. Que el patriarcado no haya reconocido nuestra potencia creadora no significa que las mujeres no hayamos creado y que no podamos hacerlo. Sus leyes no han podido impedir que las mujeres creemos y que lo hayamos hecho siempre: lo llevamos haciendo desde el principio de los tiempos y más allá incluso al entregar nuestro cuerpo al misterio de lo diferente, de lo desconocido, y elegir albergar lo que de esa unión surge. Esta luna con tal dulce nombre quiero presentarla como una oportunidad para para ampliar aún más la mirada y recorrer con ella las creaciones de mujeres en este museo que es la vida. Un tiempo para reconocer mis propias creaciones y las de otras, por pequeñas o grandes que sean. Reconocerlas y celebrarlas, pues tampoco es casualidad que en las celebraciones haya siempre algo dulce para saborear y disfrutar. Celebrar las decoraciones de las casas; las frases hilvanadas en este texto y de otros antiguos; las lentejas que mi madre que saben siempre igual de buenas aunque les ponga ingredientes diferentes; celebrar los logros conseguidos en cualquiera de los ámbitos de la vida; los cuerpos creados por las madres y disfrutar de y con ellos en honor a su apertura y disposición a que los dos principios creadores actúan dentro de ellas. La miel es símbolo de transformación, de sabiduría y de iniciación. Crear es un proceso transformativo de por sí a la vez que misterioso. No basta con la unión de los principios femenino y masculino para que se de la creación, tiene que haber un deseo o una elección por parte de la mujer que sostiene y da lugar dentro de sí a que la creación se desarrolle. Sin ese deseo o elección, la unión no da frutos. La sabiduría que representa la miel es aquella resultado de un la transforación que supone una iniciación. Entregarse al proceso creativo, sea cual sea, también lo es pues supone la apertura al misterio de lo diferente para dejar que una parte propia se transforme en otra cosa cobrando vida. Tan secillo parece cuando paseamos por las calles llenas de personas en las ciudades, y tan misterioso a la vez. En estos dias y noches de luna llena, me reservaré un néctar, como las deidaes del Olimpo, para celebrar endulzando las creaciones de las mujeres que recorren el mundo, las de las mujeres de mi linaje y aquellas que yo misma he creado. Fotografías de Maribel Montesinos
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