Muchas veces me lo habían preguntado, varias me lo habían propuesto y yo siempre rehusaba la oferta. Las niñas y las adolescentes, la introducción a la menstruación en esas edades es tarea de sus madres. Con esta afirmación he estado esquivando la cuestión durante los últimos cinco años. Así hasta que una querida amiga me lo pidió para un grupo de niñas queridas suyas. Una vez allí, sentí que los últimos cinco años me había estado preparando para ese día. Nada más iniciar, apareció la misma sensación que tuve en el primer taller que impartí para adultas, una sensación que contradecía por completo lo que mi mente sabía: parecía que lo hubiera estado haciendo toda la vida. Fueron muchos, variados y preciosos los diamantes que ahí recogimos a lo largo de todo el día. Muchas cosas importantes pasaron, la mayoría de las cuales no habían sido pensadas y, por ello, aparecieron frescas, espontáneas y verdaderas, como ellas mismas. De entre todos los tesoros, quiero rescatar ahora uno, uno que llegó prácticamente al final, de boca de una de las participantes. Con mucha dulzura, inocencia a la vez que seguridad y determinación, la muchacha de 12 años que estaba sentada a mi derecha, Marta, nos explicó cómo había cambiado su visión de las mujeres a lo largo del taller. Ahora, decía, sabía cuál era el verdadero sentido de ser mujer. Antes, nos contaba, pensaba que mujeres y hombres tenían papeles definidos y marcados. Ahora se daba cuenta de que no, y no sólo eso, sino de que las mujeres podemos ser y hacer lo que queramos. Una ovación acompañó el final de sus palabras. Lo dijo una y todas asentimos. Últimamente me pasa que veo con más claridad cómo aquello en lo que estoy pensando, aquello cuya compresión se está elaborando en mi mente se presenta en todas partes. Así ha ocurrido con las palabras de Marta, palabras que activan una parte del movimiento que se está realizando en mi pensamiento sobre la importancia de revisar la idea que sobre el “ser mujer” tenemos las propias mujeres, la idea que tengo yo misma. Y entonces llega la que se me presenta como la parte más compleja, el nudo mayor y la pregunta más difícil, pues siento que requiere de mucha honestidad con una misma y con las demás, con los propios principios, ideas e ideales, emociones y sentimientos. ¿Qué es para mí “ser mujer”? El día que me lo pregunté, se abrió un abismo ante mí. En mi experiencia, esta es una de esas preguntas mágicas que puede ser contestada de miles de formas con respuestas que, aunque puedan parecerlo, no son excluyentes entre sí. Hablo de responderla desde el corazón, más allá de lo que dictan los roles de género o la biología. Al responderla en momentos diferentes de la vida, me ha pasado que el significado se amplía, cada vez más y más. “Ser mujer es lo que cada una diga que es”. Esto no se lo oí a mi madre de pequeña. Se lo he oído cientos de veces a mi compañera y amiga Nieves Muriel García en los talleres que impartimos juntas por la provincia de Granada. Ella lo aprendió de otras, como yo de ella. Marta, con sus propias palabras, lo volvió a nombrar partiendo de sí, de su propia experiencia y de su propio sentir afianzados por un nuevo pensamiento: las mujeres podemos ser y hacer lo que queramos. Es lo que otras autoras definen como la “irreductibilidad femenina”: ninguna definición puede limitar lo que es ser mujer. Traigo al respecto unas palabras de Tatiana Cardenal Orta que desde que las leí no paran de resonarme en todo el cuerpo y, sobre todo, en el pensamiento. Resuenan y rebotan dentro de mi cabeza tratando de hacerse con más espacio ahí dentro pues para eso rebotan las ideas en la cabeza. Ahí van: “Expresemos nuestra negativa a ser una mujer según el concepto patriarcal. A ser una mujer. Y definámonos cada una con libertad, en la pluralidad de nuestro sexo y nuestro discurso. Hablemos en plural: seamos mujeres. Mujeres distintas entre nosotras, distintas de una misma incluso. Dejemos de ser una representación y convirtámonos en mujeres de verdad”1 Luisa, Marta, Tatiana, mi hermana Mónica, mi madre Loli, mi vecina María, mi sobrina Irene, tú, yo... seamos todas mujeres y definámonos cada una con libertad; pensémonos y sintámonos en libertad tal y como Marta nos mostró el sábado pasado. Fue una la que lo nombró, pero era la voz de todas. Gracias a todas las que fueron al taller, a todas las que allí estuvimos, y a las que hicieron posible que allí nos reuniéramos pues gracias al acto de todas y cada una, esa tarde aleteó con fuerza el sentido libre de lo femenino. A muchas más de las que estábamos allí llegó el eco de ese movimiento, eco que perdura en estas palabras y que, es cosa de todas, que siga y amplíe su latido.
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